La Transmisión de los Caracteres
Todas las personas presentamos unas características comunes que nos
definen como seres humanos. Sin embargo, no hay dos seres humanos exactamente
iguales. Las diferencias que se observan entre las distintas personas, por
ejemplo en los rasgos de la cara u otros caracteres como el grupo sanguíneo, el
color de la piel o el tipo de cabello, son consecuencia directa de la herencia.
Otros caracteres, a pesar de ser hereditarios, pueden estar influidos por el
ambiente. Así, la altura de un individuo está determinada por la herencia, pero
puede variar dependiendo de la alimentación recibida durante su infancia.
Algunos caracteres
que exhibimos, como las cicatrices, los adquirimos a lo largo de nuestra
vida. No obstante, gran parte de los caracteres que observamos en los
individuos son hereditarios, es decir, se transmiten de generación en
generación mediante la reproducción. Estos caracteres van apareciendo durante
el desarrollo y el crecimiento de un individuo y se manifiestan a lo largo de
su vida.
Los caracteres que son el
resultado exclusivamente de la acción del ambiente no se transmiten a los hijos
y se denominan caracteres adquiridos.
A veces, es difícil
determinar si la variación de un carácter es hereditaria o tiene un origen
ambiental. Por ejemplo, la estatura de las personas es un carácter hereditario;
los hijos de padres altos suelen ser también altos; sin embargo, una correcta
alimentación también influye en la estatura alcanzada.
Muchos de los caracteres heredados
se manifiestan de una manera diferente según las condiciones ambientales en las
que vive o se ha desarrollado un individuo. Sin embargo, las variaciones en los
caracteres provocadas por el ambiente se caracterizan por no ser heredables, es
decir, por no transmitirse a la descendencia.
Para que la variación de un
carácter sea heredable ha de afectar al material hereditario, es decir, a la
información que los padres transmiten a los hijos.
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